Dicen que el olfato es el sentido con más memoria, el único capaz de transportarnos a un momento exacto del pasado sin pedir permiso. Anoche lo comprobé. No hizo falta una fotografía, ni una canción, ni siquiera releer viejos mensajes. Solo hizo falta el sonido del corcho al salir de la botella y ese primer aroma que inundó la habitación.
De repente, el presente se desdibujó. Ya no estaba sentada frente a mi cuaderno en blanco; estaba de vuelta en ese martes de noviembre, en esa mesa pequeña, contigo.
El maridaje de la nostalgia
Hay amores que son como el vino joven: intensos, frutales, explosivos, pero que se consumen rápido. Y hay otros, los que dejan huella, que son como esos reservas complejos. Tienen notas de madera, de tiempo, de paciencia. Tienen cuerpo.
Mientras giraba la copa, observando cómo el líquido teñía el cristal, me di cuenta de que recordarte se ha convertido en una especie de ritual. Un ritual solitario donde el vino actúa como el médium entre mi realidad y tu fantasma.
¿Alguna vez te ha pasado? ¿Que un sabor específico te traiga de golpe una conversación pendiente?
Escribir para soltar (o para retener)
En las ilustraciones que acompañan este texto, intento capturar ese instante preciso de introspección. La mujer que mira al horizonte no está buscando respuestas afuera; las está buscando adentro.
Con la copa en una mano y la pluma en la otra, me enfrento a la paradoja del duelo amoroso: escribo para sacarte de mi sistema, pero bebo para sentirte cerca una vez más.
El papel rugoso recibe la tinta igual que mi memoria recibe el vino: absorbiendo cada gota, dejando una marca indeleble. Escribo cartas que no voy a enviar, describo silencios que ya no nos pertenecen, y dibujo rostros que el tiempo empieza a borrar.
El retrogusto final
Al final, la copa se vacía. El cuaderno se cierra.
Lo hermoso del vino —y del amor— es su retrogusto. Ese sabor final que queda en el paladar cuando el trago ya ha pasado. A veces es amargo, a veces es dulce. El nuestro, he decidido, tiene el sabor de lo que fue auténtico.
Brindo por eso. Por las historias que, aunque terminaron, nos dejaron un buen sabor de boca. Por la capacidad de mirar atrás sin dolor, solo con la suave melancolía de quien ha vivido algo que valió la pena ser contado.
Salud por el pasado, y tinta fresca para el futuro.
¿Tienes algún aroma, canción o sabor que te teletransporte a un recuerdo específico? Me encantaría leer tu historia en los comentarios. Y si te ha gustado esta ilustración, compártela con alguien que entienda de buenos vinos y amores inolvidables.





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